martes, 15 de junio de 2010

Caras arrugadas II

"Ya habéis descansado un rato la mano" Esa era siempre la última frase antes de volver a coger el boli y seguir dictando, la frase que venía después de una de todas aquellas historias y aventuras que nos contaba.
"Cuando toque el timbre te quedas y me lo preguntas" Eso sólo se lo oí una vez, después de que alguien le preguntara qué era eso de 'la edad de la chaqueta'. Pero ella siempre nos lo contaba todo, todo lo que ella quería, por supuesto, siempre tuvo un gran control sobre eso. En cualquier momento te sorprendía con una anécdota, eso sí, nunca podías estar del todo seguro de que fuera real. Además, tenía esa capacidad de controlar una clase, aun siendo una mujer frágil (nunca de espíritu); los inventos geniales con el fin de superar cualquier barrera, esa manera de vestir tan suya, y esos exámenes tan... en el fondo siempre fue una puñetera.
"Bah, esa mola, se lía ahí a contarte batallitas" eso fue lo primero que yo escuché acerca de esa mujer, las sabias palabras de mi hermano. Y tenía razón, aquellas batallitas iban desde la primera vez que fue a comprarse un sujetador "una tienda de las de antes, con suelo de madera que crujía y sin ventanas, y unos sujetadores horrorosos, en aquellos tiempos", a cómo en su etapa en el extranjero no logró quitarse de encima a un hombre hasta que se compró un anillo 'de compromiso', "Al día siguiente, que fui con el anillo, él me preguntó, yo le dije que ya hacía tiempo que lo llevaba, pero que muchas veces, al lavarme las manos lo olvidaba en el lavabo" pasando por cosas más recientes, y alguna que otra historia que pertenecía a otra persona.
Apenas la veo ahora, eso sí, la recuerdo como una persona valiente, que supo aceptar todo lo que la vida le trajo, que daba unas clases raras como ningunas, y que llevaba medias de rayas que nadie más se hubiese atrevido a poner. Pero sobretodo la recuerdo con cariño, sé que anda por estos mundos, y espero que si algún día llegase a leer esto, le guste.

viernes, 11 de junio de 2010

Buscando...

"Se busca monstruo azul y gris, con múltiples brazos y antenas, muy feo, pero cariñoso, y muy querido en la familia. Llamar al..."
Todavía sin terminar de creérselo marcó y esperó. Le contestó una voz femenina y joven con un alegre "¿hola?"
- Llamaba por el anuncio -dijo él
Hubo una pausa
- ¿El del monstruo?
- Sí.
- Y bueno... ¿lo has encontrado?- preguntó ella divertida.
- No exactamente pero parece que encontré otra cosa, y también la buscaba en un anuncio.
- ¿Y qué era?
- Una chica con sentido del humor.




"Concurso de relatos sobre anuncios clasificados de tablondeanuncios.com"

Al final y gracias a Alma me animo a particpar en el concruso de http://rafaelrlc.blogspot.com :P

miércoles, 9 de junio de 2010

Sólo un gesto

Estaba sentada entre la cama y la ventana, abierta en un vano intento de aliviar el calor de la habitación. Levantó la cabeza y sonrió un instante. A su lado en la cama permanecía casi inmóvil, aquella mujer, podría haberse dudado de su vida de no ser por los rápidos movimientos de su pecho al respirar y los gruñidos que emitía de rato en rato.
Pero volvamos a la chica, con una pierna cruzada en el incómodo sillón leía, o al menos contemplaba, aquella carpeta de apuntes y aquel libro. Dejó de prestarles atención y de vez en cuando reía ante alguno de nuestros comentarios, la curiosidad le podía, no era capaz de evitarlo. Nos hicieron salir, ella se recostó en la pared, desde cerca podía apreciar que no era tan joven como me pareció en un principio. Hablaba tranquila, pero con ganas, pude comprenderla, prácticamente estaba sola allí.
Nos dejaron entrar de nuevo, ella volvió a su asiento, pero apartó los libros. Hablamos, ella intentaba sacarse unas oposiciones, me preguntó como sería si aprobaba. Vinieron a buscarla y tuvimos que dejar la conversación a medias. Antes de irse, se acercó a la cama y rozándole suavemente el brazo susurró.
- Abuelita...
Me impresionó toda la ternura que contenía aquel gesto, por supuesto, la receptora ni siquiera se inmutó. Se intercambiaron despedidas entre los allí presentes, ella no salió sin darle una última caricia. Yo tenía ganas de seguir con nuestra conversación, aquella chica me había caído bien, ese gesto, ese instante, fueron algo precioso... pero cuando volví al día siguiente ya no estaba, ni ella, ni la mujer de la cama.