martes, 27 de diciembre de 2011

Juguetes, libros y magos

Cuando yo era pequeña (quizás demasiado), en mi casa se estableció una nueva norma acerca de los Reyes Magos, en la carta no podían pedirse juguetes. Eso no siempre era algo fácil de explicar a los demás niños, me acuerdo que una vez, quien todavía hoy es mi amigo me preguntó si entonces sólo podía pedir ropa.
No, entre lo que sí se podía había ropa, juegos de mesa, cosas útiles, material escolar... pero no había muñecas, videoconsolas, ni demás cosas que los otros niños si pedían.
Como joven e inocente criatura que era, no recuerdo haberme planteado nunca por qué si los Reyes eran Magos yo no podía tener una Gameboy, los Coccolottis o uno de aquellos perros robot en vez de una papelera de los 101 dálmatas o el Palé del Euro (un Monopoly de imitación para familiarizarse con la nueva moneda). Un año incluso tuve una especie de consola cutre de sabeco con la que podías jugar a los marcianitos.
A veces pienso que esto es lo que me ha llevado a hacer cosas como comprarme un tamagotchi con una ilusión desmesurada hará como un año y medio ante la atónita mirada de mis amigas.

Quizás por todo lo que os estoy contando recuerdo perfectamente como uno de esos años, de camino hacia el cole, mi madre nos paró, a mi hermano y a mí, enfrente de una librería, y enseñándonos tres libros entre todo aquel escaparate lleno de espumillón, nos comentó que aquel año, si nosotros queríamos, habían pensado que en la carta podíamos pedir uno de aquellos libros. Entre eso o la posibilidad de cualquier otra "cosa útil", yo creo que ambos aceptamos sin dudarlo.
Así es como esas Navidades tuve la suerte de que los Reyes me trajeran Harry Potter y la piedra filosofal, y digo suerte además porque el de mi hermano era la cámara secreta, y empezar a leer una serie por la segunda parte no suele ser buena idea. Con todo, como para aquel entonces yo ya era una lectora voraz, disfruté con aquel primer año en Hogwarts, conociendo a Ron, Hermione y Dumbledore (estupefacta cuando mi hermano me habló de él como dámbeldor y no dumbledore, así, tal cual), devoré también aquella segunda parte, y compramos el tercer libro que aquella mañana habíamos visto en el escaparate, el prisionero de Azkaban.
Para cuando llegó el boom con el lanzamiento de el cáliz de fuego ya había pasado casi un año, y con el apoyo económico de la abuela seguimos con la aventura, compramos los siguientes dos libros como pudimos, con dinero ahorrado en cumpleaños, juntando pagas, aceptando donativos de tíos y retíos... y lo leímos de todas las maneras posibles, uno después del otro, los dos a la vez porque la intriga nos podía, a oscuras y con linterna o en los cinco minutos antes de ir al cole, todo valía. Y cuando por fin salió a la venta las reliquias de la muerte, ocho años después de iniciar la aventura, se juntó la falta de dinero, y después el olvido, y la dejadez, y el libro se quedó en la lista de pendientes durante mucho tiempo.
A lo largo de aquellos 6 libros yo había crecido, y aunque paré antes de llegar al metro setenta, muchas cosas cambiaron, y por supuesto, muchos más libros pasaron por mis manos. Yo era una niña lectora de las de caso aparte, con Kika Superbruja creé una red de intercambio de libros con una compañera que iban a temblar los narcos colombianos, me hacía la buena con una amiga de mi madre de esas que venden enciclopedias pero siempre llevan algo para los niños (así entiendo porque tenemos en casa enciclopedias sobre historia del arte cuando nadie se ha dedicado a eso nunca), pedía a los profesores los libros que teníamos en la "biblioteca" de clase para leerlos en casa... todo eso, hasta que descubrí la biblioteca.
La biblioteca era una especie de paraíso para mí, las miles y miles de páginas, a las que con sólo un carnet que encima era gratis, podía tener acceso. Durante muchísimo tiempo, el único libro que devolví con retraso fue Platero y yo.
Tiempo después, una serie de condiciones fueron alejándome de la biblioteca, y aunque todavía voy a veces (y siempre que voy, pico, y nunca con uno sólo), ya no soy la usuaria premium de antes.
Eso tampoco significa que haya dejado la lectura, ni mucho menos, puede que no sea la lectora voraz que a veces he sido (ya os he dicho que lo mío era de estudio, yo he dejado que se queme la cena porque el capítulo estaba muy interesante y entre vuelta y vuelta había un tiempo precioso, o he terminado haciendo los deberes con una linterna debajo de la cama por pasarme la tarde en la terraza leyendo, o he madrugado para terminarme un libro de 300 páginas que había empezado el día anterior); puede que ese ansia cada vez me ataque menos, aunque a veces la eche en falta, pero he ido descubriendo otros placeres, como el de leer despacito por miedo a que se acabe una joya fina y delicada como La soledad de los números primos, el de disfrutar de un libro de aventuras como La isla del tesoro aunque ya "estuviese mayor", o llegar a decepcionarme ligeramente al leer un libro que había buscado durante tantísimo tiempo, para luego descubrir que lo que yo quería era el nombre y no El laberinto de la rosa.
Igual por todo esto que os he contado, cuando, hace un par de días, mientras yo hablaba apoyada en el quicio de la puerta, mi madre en un alarde de desastroso disimulo dejó caer los regalos junto al árbol, yo supe que aquel "plof" había sido un libro, un libro que aunque al principio no terminó de agradarme porque era distinto al resto de la colección, ahora he comprendido que tenía que ser así, no porque ya en ninguna librería tuviesen el clásico, el que hubiese podido comprar hace 4 años, sino porque este Harry Potter y las reliquias de la muerte, llega tarde pero a tiempo, llega para que los que ya no son esos niños lo lean pero disfruten como tales del final de la aventura, llega a una casa diferente, pero en la que quizás las cosas no han cambiado tanto, y me gusta.