lunes, 9 de agosto de 2010

Dimanche

El domingo amaneció lloviendo, y así se pegó toda la mañana. No recuerdo haber hecho nada extraordinario, excepto jugar al uno y dejar que mi echangée me explicara que esa tarde iríamos a ver uno de los chateaux de la Loire con Myriam y Virginia, pero que dudaban entre dos, que uno tenía unos jardines preciosos, pero un interior un poco pobre, y claro, que si llovía pues no era plan de ir por los jardines.
Por fin, después de comer nos pusimos en marcha, finalmente el lugar elegido era Chenonceau, creo que no era el de los jardines maravillosos, pero a mí me gustaron, mucho más al encontrarme con mi gran compañera de viaje y otro amigo español, que encontramos de casualidad.
El castillo era estupendo, con pasillos interminables, con retratos de hombres de pelucas empolvadas y damas pechugonas, y demás cosas que esperarías encontrar en un castillo.
Allí nos pusimos al día de lo que habíamos hecho aquel fin de semana familiar, mientras de vez en cuando uno de los pères (nunca el mío) nos preguntaba si sabíamos qué era esto o aquello, para qué servía, o por qué aquella habitación estaba pintada de negro. Respondiendo a este quiz, se dieron cuenta de nuestra dificultad para pronunciar diferente Je y J'ai, y no dudaron en tenernos un rato haciendo el paripé, vocalizando como los niños, aunque tengo que admitir que fue un momento divertido, al igual que lo fue el estar diez minutos para hacer una foto en un banco del castillo, primero con una cámara, luego con otra, y otra vez porque está borrosa, ahora con la otra cámara, enciéndela porque se ha apagado, ha salido sin flash, vuelve a hacerla que no estaba mirando y así hasta que reventamos a reír los tres españoles, las dos francesas y las dos mères allí presentes.
Después de aquella visita al castillo íbamos a cenar, también con la famille de Virginia, pero antes teníamos que pasar por casa porque la mère tenía que arreglarse. Y así pues, otra hora de coche en la que por fin hubo una conversación decente en la que pude participar.
Cenábamos en un italiano (más bien una pizzería, muy mona eso sí, no en plan telepizza, una de esas artesanales). La cena estuvo muy bien en lo que a comida se refiere, y bueno, en lo demás tampoco estuvo del todo mal, aprendimos a decir pitufo en francés, a cantar una canción infantil, descubrimos que le père de Myriam había estudiado 6 años de español, estuve a punto de regar a las dos francesas por culpa de un helado de chocolate y hablamos de cosas varias, como nuestra excursión del día siguiente.
-Où est-ce que vous irez? (¿Dónde iréis?)
- A Chartres -contestábamos nosotras.
Aviso a navegantes, si no tenéis dominio del francés, no os aventuréis, referiros al lugar como la ciudad esa de la catedral, ya que Chartres se pronuncia algo así como Chagtggs, y si no lo decís exactamente así no os entenderán. (Algo así pasa también con el "Carrefur" de toda la vida, que se dice Cagfug)
Así pues, después de una soirée entretenida y de hacernos cantar la cancioncita a un desconocido, volví a casa, no sin que el queridísimo père me recordara que no sabía decir Je, yo le expliqué que en español había sólo 5 vocales, y que sí, que a mí me costaba decir je, pero ellos no eran capaces de decir perro.
Perrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrro, dijo entonces mi echangée.