lunes, 6 de abril de 2009

Días como periodista

Prólogo:

Recuerdo el día que terminé la carrera, estaba tan feliz por ser al fin periodista… Nada me hacía pensar que acabaría aquí, trabajando como masajista en un spa. También recuerdo el día que me dieron mi primer trabajo como reportera, para un programa de documentales; la emoción de tener un sueldo, las caras nuevas… tampoco imaginaba que cinco meses más tarde todo se habría vuelto gris. Tres años después de aquel día en el que acabé periodismo, y dos y medio más tarde de encontrar mi primer trabajo, mi vida ha cambiado totalmente, cambié de trabajo, empecé de nuevo, y he luchado por olvidar mi época como reportera. Pero una llamada de teléfono ha reavivado todos esos recuerdos, los cuatro meses y medio que fui periodista.




Hacía cerca de medio año que había dejado la universidad, como todas las mañanas, encendí mi portátil en busca de un trabajo; la diferencia la marcó una llamada, era de uno de los lugares donde había entregado mi currículum, querían que fuese a una entrevista. Una semana más tarde, me volvieron a llamar, tenía trabajo como periodista, en un programa de reportajes y documentales.

Todo era nuevo para mí, un montón de caras nuevas y miles de ilusiones; pronto descubrí que no era la única que andaba perdida en la recepción, había otro chico nuevo, y al otro lado de la sala había otras tres chicas, dos gemelas rubias y una chica morena que parecía unos años mayor que los demás.

Nos reunieron a todos en una sala hasta que llegó la mujer que nos había entrevistado. Descubrí que las gemelas se llamaban Ana y Andrea, el chico, Carlos; y la chica morena, Pilar, era tres años mayor que los demás. Además ella y Ana eran cámaras, mientras que Carlos, Andrea y yo nos encargábamos del montaje y demás.

Durante las semanas siguientes nos dividieron, íbamos con otros compañeros, más veteranos a grabar los programas. Yo estaba en un grupo con Pilar, y las gemelas iban con Carlos. Aun así, nos reuníamos todos a menudo, como grupo de amigos.

La sorpresa nos llegó después de Navidad, se iba a grabar un programa en un pequeño pueblo de los Pirineos, hasta ahí todo normal; la alegría vino cuando dijeron los nombres de los integrantes del equipo; habíamos conseguido la suficiente confianza para ir los cinco en el mismo grupo. Grabaríamos el documental juntos.

Llegó el día de partir, llevábamos una furgoneta de seis plazas y un considerable espacio de carga, algo vieja pero resistente. Metimos el equipo en la parte de atrás y montamos. Conducía Carlos, y a su lado iban las gemelas, en los asientos traseros íbamos Pilar y yo. El viaje no se hizo demasiado largo y por fin llegamos al pueblo.

Pronto encontramos la pensión donde nos alojábamos, me llamaron la atención las miradas de la gente, denotaban una mezcla entre sorpresa y preocupación al vernos; era lógico, pensé, en un pueblo tan pequeño los forasteros no debían de abundar, y podía preocuparles que diéramos una mala imagen del lugar. Al menos, eso pensaba yo entonces.

Nos acogieron bien, eran en su mayoría personas mayores, que habían vivido allí siempre; nos trataban como si fuésemos sus hijos, siempre cariñosos y atentos, y sobre todo, preocupándose por nosotros.

Los dos días siguientes nos dedicamos únicamente al rodaje, apenas pisábamos el pueblo, sólo para dormir. Tuvimos suerte, o eso pensamos, teníamos dos cámaras, y enseguida conseguimos los planos deseados de la fauna, la flora y los verdes paisajes del lugar. Aquella tarde volvimos al pueblo con una sensación de total satisfacción, sólo quedaba montar y todavía teníamos dos días de estancia.

Pedimos a Manuel, el dueño de la pensión que nos enseñara el pueblo; al principio no parecía demasiado entusiasmado, pero finalmente aceptó, aunque tengo la impresión de que hubiese accedido a cualquier petición que hubiésemos hecho.

Recorrimos el pueblo, parando para ver mejor la iglesia y las casas más antiguas. Había algo extraño en las estrechas calles, demasiados coches para tan pocos habitantes. Los demás también se habían percatado, al acercarse a uno de los que parecía, llevaban más tiempo parados, Ana se dio cuenta de que tenía agujeros por todo el parabrisas; vimos que había un par de coches más con esa particularidad. Le preguntamos a Manuel por las causas y todo se volvió extraño, su gesto cambió, se volvió intranquilo y el ambiente se puso tenso; nos contestó que habrían sido los chavales del pueblo tirando piedras y nos hizo volver apresuradamente a la pensión.

Después de cenar nos reunimos los cinco en una habitación, estuvimos jugando a las cartas hasta que Pilar nos propuso algo, todavía recuerdo sus palabras exactas: <<¿Y si ampliamos el reportaje? Todavía tenemos dos días, podríamos seguir grabando, en el pueblo, como una segunda parte… Pensadlo, quizás a los jefes les guste y seguro que atraeríamos algo de turismo a esta zona…>>

Al principio nos sorprendió la idea, pero después del discurso pronunciado por Pilar estábamos dispuestos a hacerlo. No teníamos nada que perder, o eso creíamos.

A la mañana siguiente nos reunimos para desayunar antes de salir a grabar. Les contamos a Manuel y a su mujer el plan del día y noté como intercambiaban una mirada de preocupación, pero nos marchamos antes de que pudiese preguntar el motivo.

Tomamos varios planos de todo el pueblo desde diferentes lugares, así como de las iglesias, patios fuentes y demás construcciones que creímos oportuno. En aquel momento me pareció una tontería, pero cuando entramos en la pensión creí percibir una oleada de alivio que se extendía por todos los rostros allí presentes.

Era el último día que pasaríamos allí y fuera había una densa niebla, por lo que intentar sacar un buen plano de algo era una misión imposible, las gemelas dieron con la solución, podríamos entrevistar a la gente del pueblo sobre su historia.

Por lo general, se escondían al ver las cámaras y ninguno aceptaba responder a nuestras preguntas. Por fin, dimos con un hombre que parecía inmensamente anciano, pero que aceptó concedernos unos minutos delante del micrófono.

Sus respuestas fueron enigmáticas desde el principio, y al preguntarle por la historia del pueblo comentó que tenía “partes oscuras”; cuando le preguntamos por ellas nos contó la historia de un loco que vivía en el pueblo y que en un arrebato, había acabado con la vida de cinco vecinos que acababan de instalarse en el pueblo. Todo el mundo sabía del asesino, que siguió viviendo allí, pero nadie investigó en un lugar tan pequeño.

Ya de vuelta en la pensión, los dueños aceptaron hacerse un poco de publicidad, aunque no parecían muy convencidos. La cena fue especial, a la mañana siguiente volvíamos a casa.

Por fin cerramos el portón trasero de la furgoneta, ya estaba dentro todo el material, sólo faltaba la cámara que llevaba Pilar, habíamos decidido grabar nuestra furgoneta alejándose como final del reportaje. Subimos, conducía Carlos, Ana y Andrea iban delante, yo iba sola detrás, a la espera de que montase Pilar.

La calle estaba en pendiente y la furgoneta comenzó a descender, entonces le vi. Un hombre relativamente joven que, estaba segura, no había visto antes; tenía una mirada extraña y llevaba un folio en la mano. Quise abrir la ventanilla y decirle a Pilar que montase, ya buscaríamos otro modo de terminar el documental. Pero en el momento en el que alcancé la ventanilla, el hombre ya estaba junto a Pilar; vi como sacaba un arma, y como disparaba a mi sorprendida amiga. Intenté gritar, pero apenas solté un aullido ahogado, dos disparos resonaron. Carlos hizo una maniobra rápida y dio media vuelta, sin ser consciente todavía de lo que estaba pasando.

Pasamos al lado del lugar donde yacía tirada Pilar, vi a Carlos intentando abrir la puerta, pero entonces volvimos a escuchar disparos, pero esta vez atravesaron los cristales de la furgoneta. Teníamos que huir. Carlos volvió a su posición de conductor y aceleró, el hombre nos seguía, disparando. De repente la furgoneta frenó. Me sorprendí al comprobar que podía abrir los ojos, seguía viva; miré al frente, la calle estaba cortada, el loco se acercaba apuntándonos. Conseguí gritarle a Carlos:

- ¡Tienes que dar marcha atrás!

- Le atropellaremos…- murmuró con una voz entre confusa y desconcertada.

- ¡Ha disparado a Pilar!- repuse. En ese momento se me quebró la voz.

Con un acelerón salimos disparados hacia atrás, escuché otro disparo, y después, el impacto de un cuerpo contra la parte trasera de la furgoneta.

Nos encontrábamos a pocos metros de la pensión, Manuel y su mujer salieron al oír nuestros gritos, conseguí salir de la furgoneta, y ayudé a que salieran las gemelas; una de ellas, Andrea, estaba inconsciente, una de las balas la había alcanzado, entre Ana y yo la tendimos en el suelo. Escuché a la dueña de la pensión murmurarle a su marido.

- Te dije que volvería a pasar. Habían tenido demasiada suerte hasta ahora.

¿Qué estaba pasando? Comencé a recordar detalles de nuestra estancia, algunos en los que ni siquiera había reparado antes: las miradas de preocupación de los vecinos, su manera de consentirnos todo lo que queríamos, que ahora me recordaba al trato que se le da a una persona que es consciente de que va a morir; la historia que nos había contado aquel anciano, los agujeros redondos en las lunas de los coches, exactamente iguales a los que ahora tenía nuestra furgoneta… Todo iba bien, y ahora Andrea estaba inconsciente, Ana lloraba a su lado, y Pilar… reprimí una arcada al pensar en ella, había muerto, la habían asesinado. Todo se volvió confuso, sólo recuerdo que pude ver el folio que llevaba en la mano el asesino, decía: “ADIÓS A LOS REPORTEROS, UNA VEZ MÁS NUESTRO PUEBLO PODRÁ VIVIR EN PAZ”

Hoy mi vida es totalmente diferente, tengo otro trabajo y nuevos amigos. Pero una llamada de Carlos ha reavivado mis recuerdos. Hoy nos reuniremos de nuevo, todos menos Pilar. Andrea tiene secuelas cerebrales y Ana no se separa nunca de ella; ninguno hemos conseguido superarlo totalmente.

El motivo de nuestra reunión, paradójicamente, es un reportaje sobre aquel pequeño infierno de los Pirineos. Unos periodistas han decidido ir allí para contar nuestra historia. Todos han vuelto a sus casas, tuvieron más suerte que nosotros.


PS: Aquí está lo prometido, después de una treintena de años o así :P

4 comentarios:

alma dijo...

Deberían de darte un premio cada día Kelnita.Felicidades

SubHatun dijo...

Es precioso Kelna, me encanta

Pero no me gusta que te quites años, algo asi lo debe escibir uan mujer de por lo menos 35 años :P

me encanta de verdad

besos

kelna dijo...

uyysss... me has pillado, aunque creo que ya te dije una vez que en verdad me llamo Genaro tengo 40 años y vivo en Lepe
:P

Kipling dijo...

¿¿¿¿Genarín no era el de León????

Diosss, ¡TODO ENCAJA!